sábado, 25 de noviembre de 2017

Espíritu del municipalismo



No hay nada más sublime en la acción política que el municipalismo, tanto en su proyección institucional como personal. El espíritu del municipalismo es la vocación de servicio público que requiere su ejercicio. Ninguna persona honesta que se precie puede aspirar a formar parte de una corporación municipal si pretende no respetar la Ley o buscar el enriquecimiento. En la acción municipal se dedica mucho tiempo y en muchas ocasiones se pone dinero del propio bolsillo. Existe la creencia por una gran parte de la sociedad de que es al contrario, pero, como han tenido la oportunidad de comprobar los que han pasado de “las musas al teatro”, la realidad es muy diferente. Los que en algún momento de nuestra vida hemos tenido la oportunidad de formar parte de una corporación municipal, sabemos que la participación en la vida municipal es la mejor forma de conocer la sociología del medio en el que uno habita y comprender los problemas del día a día de sus vecinos.

La gestión municipal no es fácil. En ella confluyen temas que inciden en la vida de los ciudadanos de forma directa de muy distinta naturaleza, y a veces con gran complejidad, con intereses muy subjetivos. Lo cual otorga un carácter muy intenso a la dedicación. De ahí la necesidad de acertar en las grandes líneas de actuación que han de marcar la política municipal. El proyecto del equipo de gobierno cobra en este caso una relevancia especial para avanzar en la mejora de las prestaciones, a la vez que no descuidar la proyección y evolución de futuro. Pero si el papel del equipo de gobierno es fundamental, el de la oposición no es menor. Ésta debe monitorizar y evaluar en todo momento la acción municipal con criterios rigurosos, huyendo en todo momento de la demagogia y las tentaciones populistas. Su contribución en este caso será doble. Por una parte, a incentivar al equipo de gobierno para superarse día a día, y por otra, a dar consistencia a una futura alternativa de gobierno. En cualquier caso, el vecino debe constituir la razón de ser de todas las políticas municipales, bien sean éstas del equipo de gobierno o de la oposición. 

El republicanismo federal, al igual que Proudhon, han defendido la idea de que “el municipalismo es la gestión directa del municipio por parte de sus integrantes”. Y de esta forma conjugan institución y movimiento social. La esencia democrática del municipalismo requiere que sus ediles sean representativos y respondan a la voluntad del “demos”. Otra cuestión es si la gestión la han de ejercitar ellos de forma directa, o bien situarla al frente en cada área de órganos administrativos especializados, dada la complejidad y dificultades que entraña la gestión en los grandes y medianos núcleos urbanos para la búsqueda de la eficiencia y la optimización de recursos, evitando así las tentaciones de sesgo partidista que pueda conllevar la instrumentalización de la gestión para fines electorales. La Corporación deviene así en una especie de consejo que debate las políticas y sus líneas de desarrollo, las vota, efectúa su seguimiento en base a la verificación directa y los informes de los técnicos, reprueba y separa a los técnicos y funcionarios cuando en base a criterios objetivos consideren que su actuación no se ajusta a las directrices marcadas. Este enfoque ya  ha sido objeto de debate en nuestro país y no se trata de una cuestión baladí.

El municipalismo es ante todo servicio público. Y éste se ha de fundamentar en una buena gestión orientada al ciudadano con una exquisita selección, combinación y asignación de recursos, que casi siempre son escasos. Hoy día la gestión municipal presenta mucho ruido. Tiene su origen en las disputas partidistas que en muchas ocasiones pierden el norte, y convierten los ayuntamientos -en especial los más significativos- en un escaparate para persuadir a los vecinos de la superioridad de su oferta política a través de sobreexposiciones o de líneas de acción que no entroncan con las auténticas necesidades de los ciudadanos sobre los que extienden la acción de gobierno. Por otra parte, la representación democrática no siempre conjuga con la necesaria especialización en gestión y cuestiones funcionales de personas que tienen vocación política y pueden llegar a gozar de alto reconocimiento, pero carecen de la preparación necesaria para desempeñar puestos de gestión específicos asociados a la concejalía que dirigen. Y mucho menos se debe pretender hacer de la representación municipal una profesión para buscarse el sustento personal y prolongarla, empezando a convivir así con los problemas del día a día sin darse cuenta. En este caso los árboles es posible que no dejen ver la perspectiva del monte. La limitación de mandatos puede ser una buena medida para promover la rotación y dinamización de los ayuntamientos. Desde mi punto de vista superar tres mandatos de cuatro años puede ser pernicioso, no sólo para la institución sino también para quien con toda ilusión dedica casi las 24 horas del día a tan noble función.

El modelo de municipalismo español requiere de un debate profundo y un amplio consenso para prestigiarlo y mejorar sus resultados. El debate sobre la reforma constitucional debiera llevar asociado el debate de las grandes cuestiones de Estado, y una de ellas es el municipalismo. Los tiempos han cambiado y las necesidades también. Los intereses de los ciudadanos han de estar en centro de cualquier programa reformista.





sábado, 18 de noviembre de 2017

La signora



En el actual contexto político español Ada Colau representa la figura de “la signora” por excelencia, en el sentido figurado y más calabrés del término. Como “la emperatriz de la ambigüedad” fue definida hace unos días por Josep Borrell en una concentración pública. Fue generoso. Los hechos vienen demostrando que la actual alcaldesa de Barcelona es una política para la que todo vale y que no tiene ningún escrúpulo para anteponer su interés personal por encima del interés general. Pero esta buena señora tiene un papel determinante no sólo en Cataluña, sino también en el resto de España. ¿O alguien que esté en la pomada política puede tener en estos momento dudas sobre su capacidad de influencia sobre el líder nacional de Podemos? Iglesias es un títere en manos de Colau. Y si la posición de este partido hubiese sido otra en la cuestión catalana tengan la seguridad de que la actual crisis política por la que atravesamos no se habría producido.

“La signora”, como representante de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), tuvo su primer gran día de gloria mediático en una comisión del Congreso de los Diputados a la que fue invitada como compareciente en febrero de 2013. Allí tuvo la oportunidad de manifestar su concepción totalitaria de la vida, y se permitió el lujo de amenazar a los diputados que no votasen como ella quería. Les dijo que “señalaría a los que no votasen a la Iniciativa Legislativa Popular propuesta por la PAH”. Una semana más tarde apareció en la tribuna de invitados dando gritos como una energúmena, lo que motivó su expulsión de la Cámara por parte del presidente. Colau es una antisistema que utiliza el sistema en beneficio propio. Una forma muy solidaria de entender la política, en la que todo se puede instrumentalizar con tal de ganar notoriedad y potenciar su egocentrismo. El tiempo transcurrido entre 2013 y el momento actual así lo ha puesto de manifiesto.

Iglesias es un subordinado político de Colau. La destitución del líder de Podemos en Cataluña estaba descontada desde hace tiempo como guiño a la alcaldesa. Para Iglesias los escaños de Cataluña son clave para su poder político futuro, y mucho más cuando, al menos de momento, la salud política en esas tierras de lo que representa Podemos y En Comú Podem es superior a la de los socialistas. Colau es la auténtica líder de hecho de Podemos. Para ello cuenta con su lugarteniente en Madrid, el diputado Xavier Domènech, un político torpe y no muy allá que cada miércoles sufre un vapuleo de escándalo por parte de la vicepresidenta del Gobierno sobre cuestiones inconsistentes que plantea de bajo contenido político y alta demagogia. Él encaja los golpes como el púgil que ha perdido la consciencia. Lo que no impide que Iglesias le pelotee, felicite e incluso le dé un piquito. En definitiva, “la nueva política”.

Otra de las grandes virtudes de “la signora” es su oportunismo político. En su ambigüedad calculada ha sabido aprovechar como nadie el espacio dejado por la acción judicial contra el Govern y la debilidad actual de los movimientos independentistas de la ANC y Òmnium, con la entrada a prisión de sus presidentes. Sin ningún tipo de escrúpulos ha asumido el liderazgo del soberanismo y así se ha presentado en la última gran manifestación celebrada en Barcelona para la defensa de ese espíritu. Ella que se declaraba no independentista, tan pronto como ha visto la oportunidad se ha alineado con el soberanismo catalán. Pero ha ido más allá. Ha roto el pacto en el Ayuntamiento con los socialistas -un pacto que jamás debió celebrarse-, defiende la existencia de “presos políticos” y sigue manteniendo una posición contraria y ambigua ante las posiciones constitucionalistas. Está pensando más en el 21-D que en los intereses de los ciudadanos a los que representa. La salida de empresas de Barcelona y pérdida de puestos de trabajo, la merma de todas las posibilidades para que se le adjudique la Agencia del Medicamento o la salida del Mobile World Congress de Barcelona parece que no van con ella, y los problemas reales de sus vecinos tampoco. Quiere jugar un papel relevante de cara al 21-D para gobernar Cataluña en coalición con ERC. Y a ese interés se subordina Pablo Manuel con la esperanza de seguir avanzando para acaparar el poder.

La experiencia demuestra que para un alto porcentaje de los políticos la avidez de poder no tiene límite. “La signora” ha dado pruebas evidentes de que lo tiene claro. Es una vieja política de nuevo cuño. Pronto llegará a la conclusión de que necesita un partido fuerte en toda España para gobernar y para ello renegará de su sobrevenido espíritu nacionalista y de los títeres políticos que ahora la acompañan. Espero que los catalanes el próximo 21-D se libren y nos libren de Colau. Su escenificación de la política y la de sus compañeros de viaje no puede ser más perniciosa para el interés general de los españoles.  

        



viernes, 10 de noviembre de 2017

Israel



El presidente de Israel, Reuven Rivlin, ha realizado una visita de Estado a nuestro país. En el viejo Salón de Plenos del Senado mantuvo un encuentro con senadores y diputados españoles. En un discurso precioso, cargado de emotividad y referencias a los lazos fraternales entre los dos países, afirmó, “España es una entidad estatal soberana”. Con estas palabras se ponía fin a la posición ambigua que ha venido manteniendo Israel sobre la “cuestión catalana”. Los gobiernos de CiU, con Jordi Pujol y Artur Más, así como en este último de Puigdemond, siempre han procurado estrechar lazos con los gobiernos israelíes. Han sido frecuentes los viajes y puntos de encuentro de los políticos catalanes con ellos. El viejo sueño del soberanismo catalán de contar con un estado propio, y el cumplimiento del mismo sueño por parte del pueblo judío, les ha llevado a tenerles como referente y a estrechar sus relaciones. Sin embargo, la política internacional se juega en el campo de los intereses. Israel ha intentado obtener rédito político del conflicto español, y para ello ha argumentado los agravios ante la posición española en contra de los intereses de su país en el Consejo de Seguridad de la ONU. “Nadie da duros a pesetas”, y visto lo visto la diplomacia de corte supremacista catalana no ha servido para nada.

Si hay un Estado complejo en el ámbito internacional ése es Israel. La gran mayoría de los españoles estamos ajenos a sus problemas. Su sistema político parlamentario se caracteriza por la fragmentación, al ser la población muy diversa: judíos ortodoxos, laicos, ultraortodoxos y un 20 por ciento de la población árabe (1,8 millones de árabes con nacionalidad israelí); y disponer de una sola circunscripción. En el momento actual existen en el Parlamento del Estado de Israel, la Knésset, diez grupos políticos muy variopintos y distantes. El mayoritario es el Likud de derechas y nacionalista, pero en su conjunto la cámara está muy escorada a la derecha. La izquierda israelí está prácticamente desaparecida e integrada en una coalición cuyo líder se sitúa en la derecha. Nadie dispone de mayoría, al igual que ocurre en España. Pero desde hace tiempo aprendieron que para poder gobernar necesitan entenderse, y eso es lo que hacen. Netanyahu es el primer ministro, gracias al apoyo de los partidos de derecha y religiosos. Y se da la circunstancia de que sus principales opositores son sus ministros de Educación y Defensa. Se da la circunstancia de que Netanyahu es el Primer Ministro que más tiempo ha ejercido esta función en Israel, tras Ben Gurion. 



En la agenda política israelí hay tres grandes temas, que a su vez están y tienen una repercusión en el marco internacional: la supremacía del pueblo judío en el Estado, la legalización de las colonias construidas irregularmente en los Territorios Palestinos y el eterno conflicto árabe-israelí.

La declaración de independencia de 1948 se refería a Israel como un Estado soberano del pueblo judío, pero la ley que impulsa Netanyahu pretende que el carácter “judío” del Estado prevalezca sobre su carácter “democrático”. De esta medida se derivarían efectos como eliminar el árabe como idioma cooficial del país y el deterioro de la ya difícil convivencia entre israelís y palestinos. El proyecto ha sido criticado por el presidente Rivlin, a pesar de pertenecer al Likud, quien lo considera una aberración para la convivencia.   

La legalización retrospectiva de las colonias judías construidas sobre tierras privadas palestinas sin autorización gubernamental es otro de los grandes problemas. Como ha expresado el propio Rivlin, es una norma que “da argumentos a quienes consideran que Israel está evolucionado hacía un Estado de apartheid”. Es la primera ley de la Knésset aplicable a Territorios Palestinos. Se encuentra suspendida por la Corte Suprema.

La Conferencia deMadrid (1991), aquel encuentro entre árabes y palestinos que impulsó Felipe González y consagró el lema “paz por territorios”, supuso un halo de esperanza para el conflicto palestino-israelí. Sigue siendo el marco de referencia para la solución del conflicto, en palabras del propio Rivlin en el Senado. A pesar de ello la solución de dos Estados, uno para los israelitas y otro para los palestinos, se encuentra en grave peligro y todo apunta a que su inviabilidad aumentará en los próximos años, si es que la colonización deja algún territorio libre para establecer el Estado palestino. Rivlin apuesta por generar confianza, pero estima para ello un plazo no inferior a 50 años. Al mismo tiempo los países árabes cooperan con Israel de manera oficiosa en diversos ámbitos, sobre todo en contra del terrorismo. Israel considera a Irán su mayor amenaza, y el origen del terrorismo internacional, como recordó el propio Rivlin en el encuentro con parlamentarios. Pero en la región cuenta con otros importantes enemigos, como Qatar o grupos como Hezbollah en el sur de Líbano o Hamas en Gaza.

El encuentro ha permitido reforzar las relaciones entre los dos Estados. Unas relaciones diplomáticas que España reestableció en enero de 1986 y que han posibilitado, entre otras cuestiones, reforzar nuestras relaciones comerciales. Prueba de ello es que Israel es nuestro cliente número 31 y nuestro proveedor 51, con una tasa de cobertura favorable a España. El último año superamos en exportaciones a Israel, a Francia y Gran Bretaña.

En definitiva, la visita del presidente de Israel a España ha generado buenas sensaciones. El presidente de Israel en el encuentro con la Mesa de ambas Cámaras y los portavoces irradió cercanía y elegancia, incluso hasta con el portavoz de Podemos - a pesar de su estruendosa presencia- a quien le tomó la iniciativa y de una forma fina le recordó que siempre hay lugar para el diálogo, pero respetando a las mayorías. Un mensaje que muy bien se puede trasladar a Cataluña.